Cuando me hice cargo del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, el país después del derrumbe estaba en medio de serios conflictos sociales. Las demandas eran de subsistencia y no había espacio para la credibilidad como se le suele dar a un Gobierno que inicia su gestión. No contábamos con los primeros y habituales 100 días de espera, esta concluyó en horas. Las presiones de las organizaciones de desocupados, la mayoría de las veces razonablemente válidas, no permitían acudir al discurso de lo que nos proponíamos hacer por más que fuera legítimo por nuestra parte. Una generación de malos funcionarios, muchas veces mediocres en el ejercicio de sus responsabilidades terminó devorada por la crisis y para la gran mayoría de los argentinos no había discernimiento posible entre malas o buenas intenciones. Tuvimos que poner en juego toda la fortaleza que nos daba Dios, sumado a nuestro compromiso militante y sobre todo nuestro trabajo. Había que dar respuestas a la urgencia y a la vez construir estratégicamente. Sentarse en el lugar de las decisiones implicaba dejar de lado las dudas. O aceptábamos la realidad, como lo hicimos, o volvíamos para atrás. “Elegir es siempre una oportunidad y esta fue la oportunidad de trabajar para reconstruir nuestro país”.
Muchos expertos hablan de pobreza y lo hacen como aquél sacerdote y escriba en la Parábola del Buen Samaritano, como un fenómeno externo y en tercera persona. Los que tenemos la responsabilidad de conducir las políticas sociales, debemos ser capaces de aprender y asumir la experiencia vital y cotidiana de los que menos tienen para que concretamente, seamos capaces de hacer.
Cuando el 25 de Mayo del año 2003 iniciamos la gestión de gobierno y se nos confió el área de Desarrollo Social, aceptamos también el desafío de construir políticas sociales a partir del país que la crisis nos dejaba. Llegamos a un Ministerio rodeado de gente demandando soluciones. Este no fue un Gobierno que inició su mandato amparándose en las “herencias recibidas”, aunque sea bueno explicarlas, no para solazarnos en lo hecho porque hasta resultaría mezquino, sino para plantarse desde la verdad que implica el reconocimiento de la compleja realidad social. En ese momento, la impotencia se presentaba como respuesta ante el desafío expuesto por cientos de integrantes de organizaciones sociales exigentes de un cambio. Acudimos al diálogo pero en el terreno de esas realidades, antes que recibir a dirigentes en los despachos oficiales fuimos a recorrer los territorios más vulnerables del país buscando la construcción de un espacio inclusivo de ciudadanía que permitiera fortalecer los derechos humanos sociales, políticos, económicos y culturales con equidad territorial. Nuestro desafío era empezar a darle al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación una institucionalidad operativa.
Las instituciones deben servir no sólo para resolver problemas coyunturales sino también para ayudar a construir una ciudadanía diferente, comprometida en la solución de los problemas comunes. Las políticas sociales planteadas se constituyeron y constituyen así en un factor clave. Buscamos que sean éticas y justas, porque no existe oportunidad más importante que la de poder participar y comprometerse. Una comunidad activa y un Estado presente, tienen que caminar asociados, sin eludir responsabilidades, como sucedió en el modelo neoliberal, con políticas privatizadas, focalizadas y reduccionistas, que redujeron la política social a un plan enlatado, como pretendían muchos opinólogos y teóricos de la pobreza.
Empezamos desde el inicio a construir una política social de derechos y de equidad territorial en el contexto de la política nacional, integrando acciones con los diferentes actores sociales. Le dijimos basta a esas soluciones coyunturales, provisorias y nos propusimos aprovechar los recursos e integrarlos en una política social construida en cada lugar.
Esta es la razón de ser de estas páginas, en las que está resumido el relato testimonial de la política social aplicada en nuestra sociedad constituida por personas con necesidades, propuestas y demandas concretas. Los ejemplos nos llevarían muchas más páginas. Recurrimos sólo a algunos. Estamos convencidos que construimos la base para lograr una mayor incidencia en el cambio estructural.
Muchos opinólogos desde la soberbia de los que se sienten superiores, nos reclamaban en 2003 un plan universal por ser, según ellos, nuestra política social minimalista, demasiado artesanal. Así como la crisis 2001-2002, durante el Gobierno de Eduardo Duhalde, trajo el plan de ingresos Jefas y Jefes de Hogar, nos reclamaban a nosotros un plan de ingresos para la post-crisis. Los había atrapado la mirada única. Cuando percibimos que lo que proponíamos no se comprendía en su cabal dimensión, que se minimizaba el contacto directo con la realidad, optamos “por hacer”, por entender que sólo desde la comunidad se puede producir la transformación y los que no muestran instancias superadoras poco pueden aportar a la construcción.
Sin embargo, debo reconocer que muchos de ellos son, en mi opinión, destacados comunicadores, que defendieron los derechos humanos individuales a rajatabla, pero no habían entendido –y aún hoy les cuesta hacerlo- que la política de derechos de la Argentina post-crisis debía trasvasarse en lo social, lo colectivo, a partir de construcciones artesanales en cada territorio, con eje en el empleo y la educación. La escala reclamada no se podía dar desde un plano idealizado de algún escritorio. Sólo la prepotencia del trabajo y el fortaleciendo de los lazos rotos del tejido social, articularían la respuesta. Nuestro país aparecía como un conjunto de regiones sueltas en donde el único factor común era la Constitución y la forma de gobierno.
Hemos puesto “una bisagra” frente a las últimas décadas, tuvimos que sortear muchos obstáculos en el camino aún inconcluso. Este Ministerio, en plena crisis 2001-2002, no funcionaba y siendo un área tan sensible, casi no había trabajadores sociales en la planta de personal, profesionales especialmente preparados para trabajar en la cuestión social, en el nivel macro y micro, a nivel intersectorial e interdisciplinario, con familias, grupos, comunidades e instituciones. Realizan su tarea desde la investigación, la planificación estratégica y la ejecución de la política social y un hacer colectivo y compartido en el territorio.
Recuerdo que en una provincia un funcionario se quejaba, de buena manera claro, que era difícil encontrarme en mi despacho, y risueñamente acotaba que mi gestión parecía adosada a una hoja de ruta del país. Es que no concebimos nuestra tarea eludiendo lo territorial, porque hay realidades distintas y las respuestas también tienen que ser diversas. No queremos ser técnicos, profesionales o funcionarios buenos pero híbridos. Nadie opera en el vacío, porque hacerse cargo implica exigencias concretas y no eludir responsabilidades; queremos ser buenos militantes sociales, ocuparnos de la realidad y eso es lo que hacemos. Tenemos un compromiso social inherente al respeto de los derechos ciudadanos, sin neutralidades valorativas que terminan aportando conductas de politiquería y de clientelismo.
Creemos en la persona con derechos, no en la persona cautiva, a la que se ata todavía esa vieja política de la que no participamos, aunque más de una vez nos acusen de ello utilizando la calumnia intencionada. Trabajamos con todos los que piensan como nosotros y los que no, porque para cambiar las miradas es necesario convencer con prácticas justas y solidarias.
A los dirigentes que seguían –y algunos siguen- presos de la vieja politiquería, hubo que explicarles que apostábamos a un cambio de paradigma, superando lo asistencial. Un problema de seguridad alimentaria no se resuelve sólo con tener un comedor sino rescatando capacidades, con la gente y a la inversa, tampoco se resuelve sólo apelando a la promoción cuando hay personas que necesitan respuestas concretas.
Hasta el presupuesto del Ministerio estaba diseñado para responder a planes enlatados y originados en el exterior. Fue difícil cambiar. Una de mis expresiones a los funcionarios de carrera fue: “yo vine a gestionar y no a que me gestionen”. Y era así porque en la cartera social existía una lógica burocrática construida desde programas que como quintas funcionaban de manera independiente. El ministro podía estar o no, daba lo mismo, era en tal caso un souvenir privilegiado. Los verdaderos dueños eran los expertos y consultores que definían el rumbo a seguir. Nuestra reacción fue inmediata.
Recuerdo que a las pocas horas de haber asumido me trajeron el despacho, entre otras actuaciones una que incluía la firma inmediata de aceptación de un contrato con una consultora internacional para ejecutar uno de los programas sociales. El metamensaje era: “firmar ya”, no había tiempo para leerlo o analizarlo porque podía perderse el crédito. Me negué terminantemente, en la seguridad de que si el crédito se caía el Estado iba a asumir el compromiso con la gente, pero no íbamos a entramparnos en políticas de dependencia sin análisis y con presiones.
Era necesario entender que los cambios de relaciones del poder mundial, de los procesos productivos, científicos y tecnológicos, y las interdependencias entre nuestras sociedades no significaban la aplicación de políticas sociales como recetas únicas. Los Estados apartaban lo productivo de lo social. La política social del modelo neoliberal estuvo más fundada en un carácter técnico, de performance y focalizado.
Esa limitada visión es reduccionista fragmentaria y, al igual que en el siglo XIX, da por supuesto que el mundo funciona como un aparato de relojería, simplificación en la que se ampara para pretender que reparando una parte, automáticamente se soluciona el todo .
Precisamente en la aplicación de las políticas neoliberales se avanzó en la construcción de discursos tecnológicos, homogéneos, supuestamente éticos, perdiéndose la acción concreta y en consecuencia las respuestas integrales. Cuando digo supuestamente éticos es porque se trabajó mucho analizando procedimientos y no resultados que le permitan a la gente vivir mejor. A veces, quienes pregonan la transparencia consideran a los pobres como cautivos y por lo tanto seducibles con un discurso. Eso no es transparencia, es una trampa. El cambio debe traducirse en transformaciones políticas, sociales, económicas y culturales, y muy especialmente en la reforma y democratización del Estado, junto con un sistema político renovado en todas sus expresiones y no parcialmente, de modo tal que coloque en el centro de la escena a la persona.
Es hora de que se asuman los hechos como son: Lo que pasó en la Argentina en las últimas décadas, es producto de una falta de conciencia colectiva, y de la hipocresía de una parte de la dirigencia que no supo y aún algunos no saben de nobleza, porque no saben trabajar para el país. Hubo muchos que miraron para el costado, se apoderaron de cargos y responsabilidades a los que no supieron responder. Mientras tanto los rehenes siguieron siendo las familias necesitadas, carentes de un apoyo inteligente que los ayudara a emerger.
Creo que la década del ’90 ha sido en nuestro país la más clara expresión de la economía del dolor, cuyas consecuencias atravesaron a la familia argentina y son el contexto con el que nos encontramos en 2003 en la aplicación de las políticas sociales.
El gran desafío fue construir con el conjunto de la sociedad, sin focalizar, y profundizar nuestra llegada al núcleo duro de la pobreza que el modelo imperante nos dejó. Esto es ética en serio. Nuestro país hizo un avance impensable cuando allá por el año 2003 enfrentábamos los mayores índices de pobreza e indigencia de un sector de nuestra población que fue separada del tejido social hace más de tres décadas.
No estamos solos en la utopía realizable de proyectar este nuevo escenario, el rol del Estado para alcanzar la justicia y la equidad. Cuando el Estado solamente apuntaba al asistencialismo como aliviador estaba retroalimentando la crisis social y se alejaba cada vez más de una política sana que apuntara a la igualdad de oportunidades.
Como Estado procuramos que la comunidad no quede en el papel de mera receptora o depositaria pasiva de programas focalizados y estancos, porque ello sería una concepción utilitarista del todo social.
Estamos convencidos que la participación popular es la que legitima a la política social, por eso nuestro desafío es seguir venciendo la exclusión desde el abordaje territorial, teniendo en cuenta a los actores locales y las posibilidades y capacidades de la región.
Desde el lugar en que estoy, le digo siempre a la gente que no quede presa de nadie, que luche por sus derechos, aunque quizá no todos los interlocutores piensen igual, pero he aprendido que los cambios de actitudes no se dan aislándose desde una tribuna de buenos y malos. Nos duele cuando alguien nos quiere atar a la vieja política. Vivimos en la transición de los que piensan como nosotros y los que no, pero la realidad es que debemos construir entre todos.
Insisto en este pensamiento: las instituciones deben servir no sólo para resolver problemas coyunturales sino también para construir una ciudadanía diferente, más participativa y comprometida con los problemas comunes y su solución. La promoción de una sociedad civil activa y de un Estado articulador, es siempre el permanente desafío. El fermento de las políticas sociales está en el desarrollo de la persona. Así como la burbuja de los '90 estalló porque se construyó en base a premisas falsas, hoy nuestra preocupación debe ser la justicia social, para cruzar desde la ética el umbral de la inclusión social y avanzar en el desarrollo humano.
En el camino de las políticas sociales estamos produciendo un gran cambio, trabajando, invirtiendo, administrando y re-construyendo la identidad nacional desde los cimientos. Estamos recuperando institucionalmente el valor de la palabra porque no prometemos en el vacío sino con inversión social, trabajando con la gente, rescatando capacidades para los que no tuvieron oportunidad de desarrollarlas. Lo estamos haciendo juntos, el Estado y la comunidad, participando desde el compromiso, en la práctica cotidiana, defendiendo los derechos de los argentinos.
Estamos resolviendo problemáticas que habían sido abandonadas, como el saneamiento, la provisión de agua potable, la contaminación de alimentos, el desarrollo social y productivo, la organización de la comunidad, la promoción de derechos sociales, la vivienda y el medio ambiente, entre otras.
La familia, el barrio, el pueblo, la ciudad, son promotores de integración social. El abordaje público de la política social debe formularse entonces integralmente desde este enfoque, buscando herramientas innovadoras que resuelvan en el territorio las necesidades, para corregir así las desigualdades.
Hoy se han consolidado en el tejido social organizaciones de base. Estas constituyen el grupo más grande dentro de las organizaciones, trabajan en las necesidades básicas, la mejora del barrio, el deporte y la cultura. Su mayor fortaleza reside en la cercanía y conocimiento del vecindario.
El modelo neoliberal, en el que la hegemonía de lo privado había triunfado sobre lo público, significó el agravamiento de todas las variables sociales: desocupación, pobreza, nuevos pobres, indigencia. La violenta repercusión de lo económico respecto de lo social dio lugar a una nueva cuestión social, que exige superar los sofismas y las visiones economicistas, que como vimos son fragmentarias y reduccionistas. Decimos que estamos colocando “una bisagra” en las políticas sociales, incorporando el modelo científico a lo cotidiano, asumiendo una visión integral sistémica y ecológica, en la que el hombre es el centro de la organización de la sociedad. El eje es filosófico, el límite es político. Es necesario continuar con estas políticas que han permitido modificar el signo de los indicadores sociales, luchar contra la cultura del “no se puede”, y poner en acción la capacidad de hacer y transformar colectivamente.
Hoy, el Estado está recuperando su fortaleza para producir los cambios y para interpretar y abordar la compleja realidad social y como señala el presidente Néstor Kirchner, "debe orientarse centralmente a crecer y reinstalar la movilidad social ascendente que caracterizó a la Argentina"
Decimos también que “la bisagra” que colocamos es desde la memoria y la verdad, junto al desafío de la justicia social. Ubicamos a la Argentina en el marco de un contexto internacional y latinoamericano atravesado por la implementación de políticas injustas, que como en las realidades nacionales beneficiaron a las corporaciones transnacionales en desmedro de las mayorías populares arrojadas impiadosamente a la vera del camino, con la complicidad de los organismos internacionales de financiamiento externo y sus agentes consulares.
Desarrollamos también en este trabajo, los comportamientos tanto del Estado de Bienestar como de malestar social, para desarrollar nuestra concepción de Estado “presente, activo, protagónico, promotor para el desarrollo humano”.
Describimos las herramientas que usamos en la aplicación política social, caracterizando desde la organización social, políticas de segunda generación como el nuevo desafío de la cuestión social.
Estamos instalando esa segunda generación de políticas sociales con fuerte institucionalidad. Lo Ejecutivo y Legislativo se acompañan. Tuve la inmensa suerte de ser elegida senadora nacional, función que ejercí por casi nueve meses, entre el 10 de diciembre de 2005 y el 16 de agosto de 2006, período durante el cual ocupó el cargo de ministro de Desarrollo Social, el doctor Juan Carlos Nadalich. La experiencia ejecutiva fue compartida con otros senadores nacionales y generamos leyes que permitieron reforzar la institucionalidad de estas Políticas Sociales. Nacieron así, entre otras leyes, las de Microcrédito, Consejo Nacional de la Juventud, Centros de Desarrollo Infantil, Monotributista Social, Suspensión de Desalojos para Comunidades Aborígenes y el proyecto de Marca Colectiva .
Con este trabajo pretendemos aportar a la construcción de políticas sociales más justas. Por eso decimos que si estas páginas son un viaje compartido, habremos logrado el objetivo para pensar otros caminos, ya que “lo que paraliza en la vida es el no creer y el no atreverse. Todo lo que es verdad se encuentra y todo lo que es mejor termina por llegar” .
La tarea de gobernar no es una mera actividad burocrática o administrativa, implica el compromiso de vivirla apasionadamente, con amor, sin medidas o términos medios en los servicios que se deben realizar. En ese sentido, hemos insertado algunos tramos del pensamiento del presidente Néstor Carlos Kirchner, quien con su acción y reflexión lleva adelante el Proyecto Nacional que en su implementación, nos está marcando un camino en forma permanente, lo que ningún argentino de bien puede ignorar.
Sólo las ideas vencen al tiempo, ellas son el instrumento esencial para potenciar los cambios y modificaciones que el país precisaba. Sin renegar de la historia, sin olvidarse, recordando el pasado, construyendo una memoria activa para que ciertos hechos deleznables, no sucedan jamás.
Por encima de los intereses sectoriales, sean políticos o económicos, la exigencia histórica de la hora es seguir avanzando en la construcción de la Argentina y para eso contamos con el ideario y el ejemplo de nuestro presidente. En la lectura detenida de sus palabras tendremos los principios esenciales que constituyen la síntesis de nuestras acciones. Tal como él señalara en el año 2005, “Dios quiera que en la pluralidad podamos generar la bisagra y el punto de inflexión que este país necesita. Dios quiera que así lo podamos hacer”.
Alicia Kirchner
Presidenta del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales y ministra de Desarrollo Social
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